
Primero tuve una patineta de madera y cuatro ruedas chiquititas, tendría como 4 años, luego mi “corre caminos”, un coche de pedales parecido a un buguie donde ponía en práctica todo lo que imitaba desde el asiento del copiloto, (en ese entonces no estaba


En esos ayeres Mis padres iban a hacer sus compras en Bodega Aurrerá de la carretera México – Querétaro, donde habían dos pistas de go karts, una para niños y otra para adultos, ahí fue la primera vez que manejé, tendría alrededor de 5 años. Comencé a aprender lo que me encantaría toda la vida: “step on the gas”, ¡manejar!. Recuerdo también que me ponía a ver como los adultos corrían en la pista grande y me daba miedo, pero ganas de hacerlo, pues veía como manejaban y se daban sus cerrones un grupo de amigos que siempre iban a practicar.
En ese inter, tuve mi primera bici, que era una Vagabundo con la que iba y venía del parque que estaba a 4 cuadras de la casa de mamá.
Mi segunda experiencia fue alrededor de los 8 años, con un auto antiguo real que un tío había dejado encargado en la cochera de la casa de mis papás, no recuerdo cuál era, tenía un medallón en el volante, era “boludo”, pero mediano, de un color dorado y como de la época de antes de los 70’s. Inmediatamente quise manejarlo, mi papá me dijo como meter primera con la palanca al volante, (pues solo había manejado automático, o sea los Karts), me dijo cómo se manejaba el clutch, el acelerado

Poco después un primo, o alguien así, tenía una mini moto pony o algo así le llamaban, la treparon a la azotea y ahí andábamos saltando tragaluces, desde esa ocasión siempre le pedí a Santa o a los Reyes una igual, pero nunca llegó.
Por fin crecí y como a los 10 años me dejaron entrar a la pista de adultos, claro cuando no estuvieran los que manejaban tan loco, pero comencé a manejar el go kart grande, a pendas y alcanzaba los pedales, era otro mundo, era todo un reto y mucho más cuando comencé a manejar con los mastodontes que manejaban como locos, pues tuve que aprender a esquivarlos, a saber cuando se aproximaban por detrás y hacerme a un lado, pues manejaban realmente rápido y les valía todo. Con la práctica pude al fin, alcanzar su velocidad y alguna vez rebasarlos, lo que seguramente mató su orgullo varonil y “maduro”, lástima, dejamos de ir. No puedo olvidar que ahí mi mamá comenzó a practicar con el Ford Galaxie 500 ‘71, automático, en el estacionamiento y que me permitieron con unas almohadas darle unas vueltecitas.
Estuvo la moda de Xanadu y tuve mis patines de 4 ruedas, con los

Después tuve mi bici cross, en ese entonces en el parque hicieron como una pista con montículos de tierra, donde me encantaba a ir a saltar y correr.

Conocí a un amigo que tenía una Vespa Ciao, pasaba por mí y nos íbamos a dar unas vueltas, ahí fue donde manejé la primera “bici con motor”.
Mi papá solía viajar mucho a Zacatecas, a su ranchito, y yo moría de ganas por manejar en carretera, entonces mi mamá me dijo que me metería a un curso de manejo, a los 12 años de edad, tomé un curso de chofer (con mordida, por mi edad, claro) en la escuela Continental de Manejo.

Terminé el curso, pero para poder pasar la prueba de fuego tenía que irme manejando de aquí a Zacatecas y de vuelta para aprender a manejar en carretera, lo que para mi papá siempre fue como una ley, “saber manejar bien en carretera es saber manejar bien en cualquier lado”. Entonces me decidí y lo hice: autopista: (tres carriles, acotamiento, los llamados “fantasmas” de ese entonces que eran unos postecitos como de 40 cm de altura por 10 cm de diámetro que tenían pintura reflejante y te indicaban hasta donde llegaba el camino carretera, señalamientos

Y así me fui, ida y vuelta, aún recuerdo que de regreso papá se quedó dormido, ya ven ley de Murphy, justo en este instante viajaba por Dolores Hidalgo, en una carretera que tiene árboles de ambos lados y que se cierran por encima de la misma. Doble sentido, un carril, acotamiento pequeño, recuerdo como vi dos vehículos “jugueteando” irresponsablemente a lo lejos, bajé la velocidad, pero ellos aceleraron al máximo, el de atrás cambió de carril al mío para rebasar, tal vez quería demostrar su hombría (e irresponsabilidad), al rebasar a su compañero a tan corta distancia del vehículo que venía en contraflujo (yo). Aunque ya no tenía casi ni distancia ni tiempo para hacerlo, frene y me hice al acotamiento lo más posible, en el último momento, como en escena de película, el idiota aquel, comprendió que era imposible rebasar sin un impacto, entonces frenó y se pasó atrás de aquel a quien iba a rebasar. Solté el freno y aceleré, mi papá sintió el movimiento y cuando abrió los ojos, solo alcanzó a ver cómo regresaba a mi carril, vio que íbamos solos por esa carretera de árboles y solo me dijo ¿todo bien? Y yo pasando saliva, le dije “Umhum”.
Así fue como me permitieron manejar a tan corta edad, a pesar de no tener licencia a los 14 ya llevaba y traía a mi mamá a Perisur o a Satélite, eso sí, con responsabilidad, a pesar de mi edad, pues en ese entonces era lo único para mí que me imponía respeto: el manerjar con responsabilidad, pues me enseñaron que no solo tu vida depende de ti, ni la de los que van contigo que son tus seres queridos, dependen también todas aquellas que se cruzan contigo.

Luego, siempre tuve la suerte de ser quien no tomara, entonces me tocaba manejar hasta que tuve mi coche propio, por un tiempo, luego mi mamá me regaló la mitad de una moto chopper 150cc y yo puse el resto, recuerdo que el vendedor me preguntó que si sabía manejar moto, le dije que no, que si había un lugar donde pudiera practicar, me dijo que sí, que a media cuadra había un estacionamiento, fuimos ahí me explicó como meter las velocidades y como bajar las piernas, di 4 o 5 vueltas y le dije a mi hermana, quien me acompañó, que nos fuéramos, el chico se impresionó por la rapidez que tuve al manejarla, de hecho me dijo que había vendido 5 antes y que todos se habían caído, y que se habían tardado como media hora para irse, en fin, así me fui, no pude practicar ese día porque era viernes y no circulaba, pero el sábado nadie me bajó de mi moto por muchas horas.
En Acapulco pasó algo similar, a pesar de que no sé nadar, renté una Yamaha de agua, y después de un par de indicaciones me fui a recorrer Puerto Marqués con el agua salpicándome la cara y dando giros cerrados, claro sin implicar riesgos, pues opino que prefiero estar viva para seguir haciéndolo que “pasarme” de audaz y no volverlo a hacer jamás ¡es muy rico!
Y así es como mi gusto por los motores se ha ido dando, me encantan y tan solo me duele no tener la lana para correr de verdad en una seria indi cart!, aunque tanto accidente no me agrada. A mí lo que me gusta es una pista sola, acelerar al máximo permitido para no correr peligro y sentir la velocidad sin miedo, tan solo con libertad, con adrenalina pura y con responsabilidad, es más rico que sintiendo miedo.