miércoles, 21 de octubre de 2009

RUN RUN PARTE I

Alguien me dijo por ahí, que cuando yo nací en vez de hacer “¡cuña! ¡cuña!, hice “¡Run! ¡Run!”. Bueno, no es para tanto, tan solo soy una aficionada, la cuestión es que sí, evidentemente me gusta todo lo que tiene ruedas, desde una bici de montaña, pasando por una moto de pista Yamaha R1 hasta llegar al Lamborghini Murciélago.
Primero tuve una patineta de madera y cuatro ruedas chiquititas, tendría como 4 años, luego mi “corre caminos”, un coche de pedales parecido a un buguie donde ponía en práctica todo lo que imitaba desde el asiento del copiloto, (en ese entonces no estaba prohibido que los niños viajaran en ese asiento, lo que resultaba muy peligroso), haciéndola de Maggie Simpson; con mi coche de pedales andaba toda la azotea y me estacionaba entre dos botes, echándome en reversa y corría y daba giros muy fuertes casi hasta volcar el cochecito, tanto fuego le di que un día se me partió, pero mi papá me lo compuso con aluminio y ¡a darle más presión al pedal!
En esos ayeres Mis padres iban a hacer sus compras en Bodega Aurrerá de la carretera México – Querétaro, donde habían dos pistas de go karts, una para niños y otra para adultos, ahí fue la primera vez que manejé, tendría alrededor de 5 años. Comencé a aprender lo que me encantaría toda la vida: “step on the gas”, ¡manejar!. Recuerdo también que me ponía a ver como los adultos corrían en la pista grande y me daba miedo, pero ganas de hacerlo, pues veía como manejaban y se daban sus cerrones un grupo de amigos que siempre iban a practicar.
En ese inter, tuve mi primera bici, que era una Vagabundo con la que iba y venía del parque que estaba a 4 cuadras de la casa de mamá.
Mi segunda experiencia fue alrededor de los 8 años, con un auto antiguo real que un tío había dejado encargado en la cochera de la casa de mis papás, no recuerdo cuál era, tenía un medallón en el volante, era “boludo”, pero mediano, de un color dorado y como de la época de antes de los 70’s. Inmediatamente quise manejarlo, mi papá me dijo como meter primera con la palanca al volante, (pues solo había manejado automático, o sea los Karts), me dijo cómo se manejaba el clutch, el acelerador y el freno, o sea me dio los pasos básicos para hacerlo para adelante y para atrás en un área como de 7 metros y después de hacerlo unas 4 veces, se fue a trabajar y me dejó jugando con el “cochecito” en el garage. Fui muy feliz esos días, regresando de la escuela con la ilusión de ir “adelante y atrás”. Uno de esos días, después de un ruido, se trabaron las velocidades, toda triste fui corriendo con mi papá a decirle lo ocurrido, él se rió de mí y sin más comenzó a caminar hacia la cochera, llegó al coche, abrió el cofre y me dijo, cargándome para que me recargara en la salpicadera y alcanzara a ver, “¿ves estos fierros como ganchos y varillas que están uno encima del otro?”, asentí con la cabeza, “primero ves que no estén calientes, tocándolos rápido, entonces jalas con fuerza para que quites el que está atorado y listo”, claro, sus manotas, contra mis manitas, pero las desatascó y las volvió a atascar para que yo lo hiciera, me costó trabajo, pero así aprendí a desatascar las velocidades, ¡cosa que ya no me sirve de nada porque están muy ocultas en los motores actuales! Pero así seguí de “adelante a atrás”, creándome historias tipo Al Capone, hasta que se llevaron el coche ¡snif! ¡snif!.

Poco después un primo, o alguien así, tenía una mini moto pony o algo así le llamaban, la treparon a la azotea y ahí andábamos saltando tragaluces, desde esa ocasión siempre le pedí a Santa o a los Reyes una igual, pero nunca llegó.
Por fin crecí y como a los 10 años me dejaron entrar a la pista de adultos, claro cuando no estuvieran los que manejaban tan loco, pero comencé a manejar el go kart grande, a pendas y alcanzaba los pedales, era otro mundo, era todo un reto y mucho más cuando comencé a manejar con los mastodontes que manejaban como locos, pues tuve que aprender a esquivarlos, a saber cuando se aproximaban por detrás y hacerme a un lado, pues manejaban realmente rápido y les valía todo. Con la práctica pude al fin, alcanzar su velocidad y alguna vez rebasarlos, lo que seguramente mató su orgullo varonil y “maduro”, lástima, dejamos de ir. No puedo olvidar que ahí mi mamá comenzó a practicar con el Ford Galaxie 500 ‘71, automático, en el estacionamiento y que me permitieron con unas almohadas darle unas vueltecitas.
Estuvo la moda de Xanadu y tuve mis patines de 4 ruedas, con los cuales me iba a patinar con unos amigos y a hacer coleadas, bajábamos el puente de viaducto hacia la lateral a toda velocidad, sí, muy peligroso, tanto que el de atrás se cayó y se raspó todo el brazo izquierdo.
Después tuve mi bici cross, en ese entonces en el parque hicieron como una pista con montículos de tierra, donde me encantaba a ir a saltar y correr.
Conocí a un amigo que tenía una Vespa Ciao, pasaba por mí y nos íbamos a dar unas vueltas, ahí fue donde manejé la primera “bici con motor”.
Mi papá solía viajar mucho a Zacatecas, a su ranchito, y yo moría de ganas por manejar en carretera, entonces mi mamá me dijo que me metería a un curso de manejo, a los 12 años de edad, tomé un curso de chofer (con mordida, por mi edad, claro) en la escuela Continental de Manejo. Recuerdo que tuve que llevar 2 cojines para poder manejar un super Chevy Nova con palanca al volante, de 3 velocidades, para alcanzar a ver y para alcanzar los pedales. El primer día me llevaron al cerro del Peñón de Los Baños, que está por el aeropuerto, para enseñarme como controlar el vehículo en una calle empinada, lo que fue muy cruel al ser la primera vez, debió llevarme ya por las últimas clases cuando uno ya está familiarizado con el vehículo. El auto tenía una barra de metal soldada al freno que recorría el piso horizontalmente hacia el copiloto, el cual, siendo el instructor, del lado del copiloto, podía frenar si nuestros instintos o inexperiencia al volante no reaccionaban en el instante preciso. Ahí aprendí a usar el clutch, el acelerador y el freno, ya que ese auto no tenían “freno de mano”, aunque así se llamaba, era un “freno de pié”, que estaba en el costado izquierdo (como el de algunos modelos automáticos) y que no era nada amigable, como el de los autos de hoy que es palanca en medio de los asientos y que nos ayudan con estas subidas. Claro, la contraparte es que antes los asientos eran grandes y corridos, ahora no y esto puede ser muy molesto a la hora de… ¡Ehem! ¡Ehem!, volviendo al tema, entonces el instructor frenaba el auto mientras uno se iba adecuando a acelerar y soltar el freno y el clutch, para que el auto no se fuera para atrás. Así aprendí, pero en realidad a todo mundo se le va “aunque sea un poquito” el auto hacia atrás en las subidas como las de Viaducto y Eje Central.
Terminé el curso, pero para poder pasar la prueba de fuego tenía que irme manejando de aquí a Zacatecas y de vuelta para aprender a manejar en carretera, lo que para mi papá siempre fue como una ley, “saber manejar bien en carretera es saber manejar bien en cualquier lado”. Entonces me decidí y lo hice: autopista: (tres carriles, acotamiento, los llamados “fantasmas” de ese entonces que eran unos postecitos como de 40 cm de altura por 10 cm de diámetro que tenían pintura reflejante y te indicaban hasta donde llegaba el camino carretera, señalamientos de curvas, pintura en el pavimento, etcétera), esta carretera estaba fácil, digo, camioneta Cheyenne, (¿Y la Cheyenne Apá, bueno, la vendió, no la heredó), automática, ni en cuenta, solo acelerador y freno, bien “a gusto”. Carretera: (2 carriles con acotamiento y señalamientos), no implicaba tanto desafío, tan solo fijarse un poquito más. Carretera vieja “libre” (un carril, acotamiento que desaparecía en algunas partes, a veces ni pintura ni fantasmas), curva a la izquierda con precipicio del lado derecho y las luces de un trailer deslumbrantes que no te dejan ver hacia donde está tu carril, hasta que muerden las llantas el camino de piedra y tierra y el susto del precipicio se te pasa cuando sigues sobre la carretera y el trailer ha pasado, ¡ahí si es difícil manejar! Terracería: (su nombre lo indica, es un camino aplanado con piedra encima, a veces tezontle, tiene vados que son unas cunetas de cómo un metro de ancho para que pase agua de las bajadas pluviales de los cerritos), hay que aprender a maniobrar, pues el vehículo se derrapa con facilidad en las curvas y al frenar antes de los vados, que a veces no se ven. Y finalmente, Camino: (simple tierra, media aplanada por el paso de algunos pocos vehículos que suben, por las bicis, por las motos y por el andar de la gente), en estos caminos, a pesar de ser desierto, si llega a llover, es muy probable que se te atasque la camioneta, como nos llegó a pasar. Hay que aprender a evitar los charcos, porque no sabes cuán profundo es o si tiene una roca afilada que te ponche la llanta. Hay que manejar de tal forma de que las llantas vayan en las crestas del camino, porque si no, el vehículo puede pegar con éstas, abajo y causar daño o atascarse, a pesar de que esté seco el camino, ya que puede quedar “trepado” en una cresta o atorada toda la parte de abajo, todos se tienen que bajar y echarlo en reversa, empujando para sacarlo.
Y así me fui, ida y vuelta, aún recuerdo que de regreso papá se quedó dormido, ya ven ley de Murphy, justo en este instante viajaba por Dolores Hidalgo, en una carretera que tiene árboles de ambos lados y que se cierran por encima de la misma. Doble sentido, un carril, acotamiento pequeño, recuerdo como vi dos vehículos “jugueteando” irresponsablemente a lo lejos, bajé la velocidad, pero ellos aceleraron al máximo, el de atrás cambió de carril al mío para rebasar, tal vez quería demostrar su hombría (e irresponsabilidad), al rebasar a su compañero a tan corta distancia del vehículo que venía en contraflujo (yo). Aunque ya no tenía casi ni distancia ni tiempo para hacerlo, frene y me hice al acotamiento lo más posible, en el último momento, como en escena de película, el idiota aquel, comprendió que era imposible rebasar sin un impacto, entonces frenó y se pasó atrás de aquel a quien iba a rebasar. Solté el freno y aceleré, mi papá sintió el movimiento y cuando abrió los ojos, solo alcanzó a ver cómo regresaba a mi carril, vio que íbamos solos por esa carretera de árboles y solo me dijo ¿todo bien? Y yo pasando saliva, le dije “Umhum”.
Así fue como me permitieron manejar a tan corta edad, a pesar de no tener licencia a los 14 ya llevaba y traía a mi mamá a Perisur o a Satélite, eso sí, con responsabilidad, a pesar de mi edad, pues en ese entonces era lo único para mí que me imponía respeto: el manerjar con responsabilidad, pues me enseñaron que no solo tu vida depende de ti, ni la de los que van contigo que son tus seres queridos, dependen también todas aquellas que se cruzan contigo.
Luego, siempre tuve la suerte de ser quien no tomara, entonces me tocaba manejar hasta que tuve mi coche propio, por un tiempo, luego mi mamá me regaló la mitad de una moto chopper 150cc y yo puse el resto, recuerdo que el vendedor me preguntó que si sabía manejar moto, le dije que no, que si había un lugar donde pudiera practicar, me dijo que sí, que a media cuadra había un estacionamiento, fuimos ahí me explicó como meter las velocidades y como bajar las piernas, di 4 o 5 vueltas y le dije a mi hermana, quien me acompañó, que nos fuéramos, el chico se impresionó por la rapidez que tuve al manejarla, de hecho me dijo que había vendido 5 antes y que todos se habían caído, y que se habían tardado como media hora para irse, en fin, así me fui, no pude practicar ese día porque era viernes y no circulaba, pero el sábado nadie me bajó de mi moto por muchas horas.
En Acapulco pasó algo similar, a pesar de que no sé nadar, renté una Yamaha de agua, y después de un par de indicaciones me fui a recorrer Puerto Marqués con el agua salpicándome la cara y dando giros cerrados, claro sin implicar riesgos, pues opino que prefiero estar viva para seguir haciéndolo que “pasarme” de audaz y no volverlo a hacer jamás ¡es muy rico!
Y así es como mi gusto por los motores se ha ido dando, me encantan y tan solo me duele no tener la lana para correr de verdad en una seria indi cart!, aunque tanto accidente no me agrada. A mí lo que me gusta es una pista sola, acelerar al máximo permitido para no correr peligro y sentir la velocidad sin miedo, tan solo con libertad, con adrenalina pura y con responsabilidad, es más rico que sintiendo miedo.

1 comentario:

  1. Yo siempre lo dije, al nacer hiciste run, run!!
    Contigo uno se sube a un coche aunque manejes con los ojos cerrados...

    ResponderEliminar